viernes, 17 de noviembre de 2017

La universidad de los coleccionistas de cromos

Se acaban de aprobar las nuevas reglas para la  acreditación  de profesorado universitario en España que regulan el  acceso a los cuerpos de "Profesor Titular" y "Catedrático".  En ellas se define el número de publicaciones, tesis doctorales, horas de clase, proyectos de investigación, años de experiencia, y muchas otras variables  que,  de forma obligatoria,  hay que tener para poder aspirar a ser profesor titular y catedrático en una universidad en España.   Llamadme exagerado, pero a mi me vale un único dato para  convencerme de  que los criterios son absurdos: las 96 publicaciones que tenía  Kostya Novoselov en 2010, cuando recibió el premio Nobel de Física por haber descubierto el grafeno,   no le habrían llegado para lograr la calificación A (excelente) en el apartado de investigación.  Para la ANECA,  Novoselov, con su premio Nobel bajo el brazo,  habría sido  "bueno" en investigación, a secas.

¿Tenemos casos así en España?  No voy a  dar nombres, porque les podría perjudicar,  pero hay casos de científicos españoles que ya son famosos por descubrimientos revolucionarios  y que están lejísimos de llegar a la categoría de "excelente" en investigación, debido a que su número de publicaciones no llega a las cifras estratosféricas  que pide la ANECA, el organismo que se encarga de esto.  Es más, no llegarían ni a excelente para ser profesor titular.

¿Qué está detrás de esta reglamentación?.   A falta de información fidedigna, ya que no conozco a los autores,  solo me queda especular . Por un lado,  la situación presupuestaria de las Universidades ejerce presión para disminuir el número de candidatos elegibles para puestos de catedrático.  La creación de cátedras en España es básicamente un ejercicio de promoción  y ascenso de sueldo de profesores que ya están en el Departamento.   Por otro lado,   hay mucha gente que opina  que en España hay demasiados catedráticos,  lo que habría dado lugar a la degradación del puesto.   Por último, la desconfianza absoluta, y no sin fundamento, de que las comisiones de evaluación sean capaces de hacer bien su trabajo si no se imponen unas pautas numéricas rígidas: alguien ha pensado que "esto es un coladero", y ha decidido poner coto.

¿Cuáles van a ser las consecuencias?  La que más me preocupa es que la Universidad se va a convertir, más todavía, en una manada de coleccionistas de cromos: publicaciones, tesis, horas de clase, proyectos de investigación,  años de clase.   El incentivo para hacer algo excepcionalmente bueno queda completamente erradicado. Con estas reglas,  lo que importa es la cantidad.  En mi área de conocimiento hay que tener 130 publicaciones para obtener la calificación "excelente" para ser catedrático.  No llega si haces menos, aunque supongan una revolución.  El alto nivel de exigencia hará más difícil que "tuerce-botas" sean ascendidos  a catedráticos,  no lo dudo. Pero el perfil  de profesor funcionario  que se promueve fomenta   el continuismo,  ahuyenta la toma de riesgos y la búsqueda de la calidad y  premia la cantidad en detrimento de la calidad.

¿Cuál sería la alternativa a esto?.   Un sistema en el que las personas encargadas de decidir sobre la promoción en la Universidad tengan "skin in the game", como dice Taleb, es decir, que se jueguen algo en la decisión, de forma que tengan un incentivo por acertar y un castigo por equivocarse.   En la situación actual, los miembros de comisiones evaluadoras y tribunales no se juegan nada si le dan el visto bueno a un candidato que luego resulta ser un desastre, o incluso ya ha demostrado serlo.   Es más,  históricamente ha existido un incentivo para hacerlo "mal", dado que la promoción estuvo en manos de colegas del departamento.   Para evitar el compadreo y los chanchullos, durante décadas se han introducido mecanismos como sorteos,  obligatoriedad de incluir a miembros externos en los tribunales, etc., pero es obvio que esto no ha funcionado.   Ahora alguien ha pensado, con una gran arrogancia o ingenuidad,  que es posible definir unas tablas de la ley, con criterios numéricos, que conviertan la evaluación en una tarea administrativa.    Me produce desazón comprobar  que nadie espera nada brillante de las universidades en España,  y que nos hayamos ganado a pulso que los políticos no se fíen de nosotros. Y viceversa.