lunes, 11 de febrero de 2013

Modelos de éxito y entornos competitivos

Uno de los grandes problemas del I+D español es la ausencia de modelos de éxito, de  ejemplos incontrovertibles de por qué es útil invertir en ciencia.  Consideremos  el caso extremo del proyecto Manhattan que hizo posible la fabricación y, lamentablemente, el uso de las primeras bombas atómicas. Durante la segunda guerra mundial el gobierno de los Estados Unidos   puso a trabajar  a varios  de los mejores físicos del momento, con el objetivo de fabricar una bomba atómica antes de que lo lograsen los alemanes.  Desde el punto de vista teórico,  la bomba atómica era  únicamente concebible gracias al conocimiento profundo de las fronteras de la física en aquel momento: la mecánica cuántica, la relatividad especial y la física nuclear. Que en menos de 3 años se lograse la fabricación de la bomba  es seguramente el resultado de la más extraordinaria concentración de talento que se haya producido nunca puesta al servicio de un objetivo específico, además de una inversión descomunal que involucró a decenas de miles de personas distribuidas en más de 30 laboratorios. 

El rechazo moral que suscita el uso de un arma letal contra población civil no debería impedirnos sacar otras conclusiones, como sin duda le ocurrió a la sociedad americana:  aquella panda de tios raros que hablaban de funciones de onda, partículas elementales, y toda clase de zarandajas intangíbles podían, en un momento dado,   cambiar el curso de la historia.    Así,  en 1945  los laboratorios de la compañía telefónica norteamericana  (AT&T) querían dar impulso a su unidad de Física del Estado Sólido que lideraba  William Shockley,   y  contrataban a un tal  Jhon Bardeen,  joven profesor  de la Universidad de Minessota,  que había pasado la guerra haciendo investigación militar en un laboratorio de la marina.  El problema que les traía de cabeza en aquella época era la poca fiabilidad de las válvulas de vacio.  Haciendo uso  de sus conocimientos de mecánica cuántica y física del estado sólido, ambas disciplinas incipientes,   en 1947 fabricaron  el primer transistor, basado en uniones semiconductoras.   La magnitud de la revolución  electrónica que este invento  hizo posible se ilustra con  un número: de acuerdo con Intel, en 2010 había en el mundo unos 80 trillones (millones de millones de millones)  de transistores. Al transistor le siguieron el circuito integrado,  los satélites de telecomunicaciones, el ordenador personal, la televisión en color, el video, el CD, internet, el DVD, el teléfono móvil, cada uno de ellos inspirado y fuente de inspiración de  modelos de éxito de inventos e inventores. 

¿Y en España?.  Digamos que en España los modelos de éxito han funcionado en el deporte. El breve paso de Fernando Martín por la NBA  inspiró a Gasol, Rudy Fernández, Calderón y compañía.  Quizá no habría Nadal ahora, sin Santana en los 60, y es difícil pensar que no haya una conexión entre el ejército de chaveles que  domina los campeonatos mundiales de motociclismo y los éxitos de Angel Nieto en los 70 y Aspar en los 80.    Lo mismo podemos decir del ciclismo,  y cabe pensar  que a la selección de fútbol le motivasen los éxitos de los clubes o los de la selección de basket.

¿Qué podemos aprender de todo esto?.   Por un lado, que sería una buena idea buscar nuestros modelos de éxito científico  locales,  desafortunadamente con menos glamour, pero que nos sirvan como punto de partida realista y para poder reivindicar nuestro I+D.  Por otro lado, todas estas historias  tienen un punto en común:  ocurren en entornos fuertemente competitivos donde prima la excelencia.   El proyecto Manhattan ocurría bajo la enorme presión de llegar antes que los alemanes al objetivo e involucró a muchos de los mejores físicos de la época. El I+D norteamericano se asienta en un sistema académico basado en la competencia de instituciones por contratar a los mejores profesores, atraer a los mejores alumnos para poder así captar fondos, vitales para su supervivencia. Y, obviamente, lo mismo vale para el deporte.  O sea, que quizá  el I+D español  debería imitar a nuestros equipos de fútbol...


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